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sábado, 27 de diciembre de 2008

ALEPO

“La ciudad es tan vieja como la eternidad y, sin embargo, joven, aunque nunca dejó de existir. Muchos fueron sus días y noches; esta ciudad ha sobrevivido a sus caudillos y a sus habitantes. Las casas y las moradas todavía están ahí; pero ¿dónde está su antigua población y aquéllos que llegaron a esta ciudad? Éstos son los palacios y sus patios, pero ¿dónde están los príncipes hamdaníes y sus poetas? Todos has desaparecido ya, y sin embargo esta ciudad todavía está viva. ¡La ciudad de los milagros! Una ciudad que perdura en el tiempo y sin embargo sus reyes se marchan, desaparecen, aunque su destrucción todavía no ha sido ordenada…”


Ibn Yubair, viajero andaluz que visitó Alepo en 1184, empieza su descripción de la ciudad, como la mayoría de las introducciones a la historia de Alepo, con una alusión a su antigüedad. Según relata este autor, Abraham pasó por Alepo en su viaje de Ur a Tierra Santa; allí debió de ordeñar su rebaño en la colina, hoy en día coronada por la ciudadela, para más tarde repartir la leche como limosna. La leyenda dice que el nombre de la cuidad se debe a la visita del profeta. El nombre árabe de la ciudad, حلب (Halab) se interpreta popularmente como una derivación lingüística de la palabra leche en árabe حليب (halib). Varios lugares sagrados de la ciudad se relacionan hasta hoy con la visita del profeta, como es el caso de la pequeña mezquita de la ciudadela, en la que durante largo tiempo se guardó el peñasco en el que supuestamente estuvo sentado Abraham.

Por Julia Gonnella, dentro del libro Islam. Arte y Arquitectura, editado por Markus Hattsein y Meter Delius. 2004, editorial H.F.ullmann (pág.174)

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